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miércoles, 27 de enero de 2010

Amamantar: ¿sólo para mujeres?

Pues sí, hoy me he enterado de algo que echa a tierra todos los argumentos de los hombres que dicen que las mujeres son más aptas para ocuparse de los bebés que los hombres porque ellas amamantan y ellos no.

Los hombres pueden amamantar.



¿Les parece delirante? Aparentemente no lo es. No sé si todo el mundo sabe, pero cualquier mujer, aún sin tener hijos, puede producir leche con un estímulo adecuado de sus mamas, con un saca-leche (¡o pidiendo a alguien que le succione las tetas regularmente!). Basta con activar el saca-leche todos los días en las mamas para que éstas empiecen a producir leche al cabo de unos días o semanas. Así es como las mujeres que adoptan pueden amamantar a su hijx, estimulando sus mamas unas semanas antes de la llegada del bebé a casa (se llama lactancia inducida).

Da la casualidad de que los hombres, como las mujeres, tienen pezones, y más importante aun, glándulas mamarias. En menor cantidad que las mujeres, los hombres pueden por lo tanto, con una medicación hormonal o una simple estimulación física de sus mamas, producir leche. La cantidad producida no sería suficiente para alimentar al bebé, pero sí como complemento, a la espera de que llegue la mamá, o para calmar a un lactante angustiado.

De hecho, para eso último, no hace falta ni producir leche. La mama cumple dos funciones en el lactante: alimentarlo, y reconfortarlo. Pues un hombre podría perfectamente dar el pecho para calmar a su bebé cuando éste llora.

De hecho, existe un pueblo en el que los hombres suelen dar el pecho con ese propósito. Se trata de los pigmeos aka, que viven en los bosques de la frontera entre Congo Brazzaville y la República Centroafricana, y que, según un estudio del Fatherhood Institute, han sido nombrado los mejores padres del mundo, porque son los que más tiempo dedican al cuidado de sus hijos.

Como promedio, un papá aka tiene en sus brazos a su bebé el 47 % del tiempo, es decir, casi tanto como las mamás aka. Y al parecer, esto es un récord mundial. Solamente algunos países del norte de Europa con altos estándares en igualdad de género empiezan a aproximarse al ejemplo de los padres aka. En Suecia, un padre suele cuidar de su hijo el 45% del tiempo, dice el informe.

Al parecer, un papá aka utiliza todas las oportunidades a su alcance para estar en estrecho contacto con su hijo. Suele llevar con él al bebé cuando van a beber vino de palma o durante otras actividades sociales y, según el informe, pueden sostener al bebé entre sus brazos durante varias horas, sin descanso. También son ellos que, con más frecuencia que las mamás, atienden del bebé cuando este se despierta por la noche.

Y, cuando el bebé llora o tiene hambre, suelen darle el pecho. El bebé, cuando está contra el pecho  desnudo de su papá, automáticamente busca el pezón, lo encuentra y empieza a succionar, tranquilizándose. "El pezón de un padre es perfectamente satisfactorio para calmar a un bebé y su llanto hasta que pueda ser alimentado", según el informe británico.

Bueno, pues, al parecer, hasta podría servir para alimentarlo y todo.



Así que ya saben: aquellos hombres que dicen que solamente las mujeres pueden tener ese lazo excepcional con el bebé porque ellas amamantan, tomando eso como excusa para dejarlas a ellas despertarse por la noche u ocuparse del bebé, ya no tienen esa excusa.

Y a ver también cuántos se lo bancan, sacan el pezón y se lo dan a su bebé, después de tantos discursos tipo "qué suerte que tienen las mujeres de poder amamantar, qué daría yo para poder hacerlo" (escuchado hace muy poquito de alguien muy cercano). Pues no tienen que dar nada, solamente darle al saca-leche con asiduidad durante unas semanas. Ya los quiero ver sacar su teta y amamantar a su hijo en público.

Para lxs que entienden inglés:



jueves, 21 de enero de 2010

¿Paridad en las tareas domésticas?

Regularmente me dicen, para negar que el machismo sigue existiendo, que hoy día los hombres comparten las tareas domésticas con las mujeres en un 50%.

Lamentablemente, esa sensación es sólo eso: una sensación. Todos los estudios realizados sobre el tema muestran que las mujeres, en promedio (claro que siempre habrá alguno que salte diciendo que su compañera no hace nada en casa mientras que él hace todo, o que se reparten las tareas de manera equilibrada) se siguen encargando de la mayor parte de las tareas domésticas, y este fenónemo se acentúa cuando la pareja tiene un bebé.

Hace muy poquito salieron dos estudios muy similares sobre el tema en Francia y en España. Los dos arrojan resultados semejantes: en una pareja heterosexual, es la mujer la que más se encarga de las tareas domésticas.

El primer estudio lo realizó el Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED) de Francia. Las conclusiones del demógrafo Arnaud Régnier-Loilier son claras: "La llegada de un hijo acentúa el desequilibrio del reparto de las tareas domésticas entre hombres y mujeres. Son ellas las que se alejan del mercado del empleo, y ellas también las que ocupan más tiempo con las tareas domésticas".

En realidad, el estudio fue internacional. No vi el resultado de todo, pero en Francia salieron publicados los resultados para ese país, en el que se interrogaron a 2.000 parejas. Hombres y mujeres tuvieron que medir, en dos oportunidades, en 2005 y 2008, su participación en las tareas domésticas: la preparación de las comidas, lavar los platos, las compras alimenticias, planchar, pasar la aspiradora, organizar las cuentas de la casa y la organización de la vida social de la familia. Entre las parejas interrogadas, un cuarto de ellas tuvo un hijo entre las dos fechas.

El resultado: entre las mujeres de 20 a 49 años que están en pareja, el 80% se ocupa siempre o la mayor parte del tiempo de planchar, y el 70% de preparar la comida todos los días. La tarea mejor compartida es, sin sorpresa, la organización de la vida social de la familia (invitaciones, preparación de las vacaciones, relaciones con la familia), pero aun ahí, las mujeres se implican más.

Y cuando llega un hijo, peor: la proporción de mujeres que se ocupa de la cocina pasa de 51% a 58% cuando se trata de un primer bebé, y de 72% a 77% cuando ya hay otros hermanas y hermanos.

El 25% de las mujeres que dieron a luz a su primer bebé entre 2005 y 2008 dejaron de trabajar o redujeron su actividad, y el 32% de las que tuvieron un segundo o un tercer bebé. Esta "elección", aparentemente, no las vuelve locas de felicidad: las que se ocupan de casi todas las tareas domésticas son las que dicen estar menos satisfechas con su vida familiar. En efecto,  el 50% de las madres de al menos tres hijos declaran tasas de insatisfacción elevadas, por el 40% de las madres de dos hijos y el 30% de las que no tienen hijos. Los hombres, en cambio, están chochos: el número de hijos no influye en su tasa de satisfacción, y no tiene ninguna incidencia sobre su carrera.

Más información sobre este estudio aquí.

En 1999 había salido otro estudio en Francia, esta vez hecho por el Instituto Nacional de Estadísticas (INSEE). Arrojaba que las mujeres seguían dedicando el doble de tiempo que los hombres a las tareas domésticas: en promedio, las mujeres dedicaban, por día, 4h36 a las tareas domésticas, y los hombres... 2h13.

Sobre el cuidado a los hijos específicamente, las mujeres dedicaban entonces 0h38, y los padres, 0h11. O sea, casi cuatro veces menos tiempo.

Otro detalle interesante: el estudio notó que trece años antes, en 1986, las mujeres dedicaban 5h07 a las tareas domésticas por día. O sea, en trece años, dedicaron media hora menos a esa actividad. ¿Los hombres? Pues ellos aumentaron su participación en las tareas domesticas en tan sólo... 6 minutos: en 1986, les consagraban 2h07 de su tiempo.

En España, un informe de la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas) demostró lo siguiente (cito una nota del diario El País):

"La mayoría de los hombres de entre 25 y 50 años siguen dedicando mucho menos tiempo a las tareas domésticas que sus parejas. (Una de las autoras del estudio y profesora de Sociología de la UNED, Teresa) Jurado ha afirmado que cocinar o limpiar son actividades que cuestan más realizarlas a los hombres, mientras que las tareas "exteriores" como hacer la compra son "más agradables" para ellos y están más predispuestos a llevarlas a cabo. Jurado, en referencia a un estudio del Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2003, ha indicado que los varones de entre 25 y 29 años que conviven con sus parejas dedican una hora y 55 minutos como máximo a las tareas del hogar al día, mientras que ellas emplean tres horas y 47 minutos".

Si en Francia y en España, países en los que la evolución hacia más igualdad entre los sexos ha sido más rápida, ésta es la situación, imagínense ahora lo que pasa en Argentina...

A mí me divierte mucho cuando los hombres dicen que "ayudan" a su pareja en la casa. Al elegir ese término, "ayudar", indica que consideran que las tareas domésticas relevan de la mujer, y que ellos, a lo sumo, la pueden "ayudar" en esa tarea que le corresponde. Si realmente consideraran que las tareas domésticas tienen que ser compartidas en un 50%, hablarían de "participación", no de "ayuda".

También he visto situaciones en las que el hombre decía participar en un 50% en las tareas domésticas, pero si se contabilizaba el tiempo que cada uno les dedicaba, el desequilibrio era evidente. O bien, lo hacían, pero a pedido de la mujer: "¿Podés cambiar los pañales al nene?", "¿No irías a comprar naranjas al súper?".

Porque esa es otra: raras veces se mide la "carga mental" de las tareas domésticas: el hecho de tomar la iniciativa, estar pendiente de si faltan pañales, leche o papel higiénico o de si el nene tiene medias limpias... Puede que el hombre vaya a comprar pañales, leche o papel higiénico y ponga a funcionar el lavarropas, pero en muchísimos casos, la que pensó en hacer todo eso fue la mujer.

O están los que hablan de "lavarle los platos" a la mujer, o "hacerle las compras"...

Un día, un hombre me contó que más tarde, cuando tuviera dinero, pagaría los servicios de una empleada doméstica: "Así mi mujer no tendrá que hacer esas cosas", me explicó.

¿Su mujer? ¿Y él? En caso de no tener empleada doméstica, ¿no piensa realizar su parte de tareas? Visiblemente, no. La que será librada de ese engorroso trabajo será su mujer, no él. Lo peor de todo es que me lo dijo pensando anunciar una posición súper feminista.

En fin...
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lunes, 18 de enero de 2010

Elogio de la mujer brava

Buceando en los archivos de mi computadora, encontré este texto de Héctor Abad, escritor y periodista colombiano, que se remonta a al menos 2003. Me parece un tanto naïf (habla de "las mujeres" como si fueran todas iguales) pero me dieron ganas de compartirlo con ustedes.

Elogio de la mujer brava
Por Héctor Abad

A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viragos, marimachos.

En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.

La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bolas, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran "no más usted me avisa y yo le abro las piernas", siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo, y se quedan a medias).

A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan, y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan, y sólo se desnudan si les da la gana.

Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio, y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa, y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.

Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche, y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.

Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros, y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar, y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.

Somos animalitos todavía, los varones machistas, y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes, y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza: nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.

lunes, 11 de enero de 2010

¿Quién quiere ser mujer?

¿Se han dado cuenta de que en las publicidades, las mujeres tenemos miles de problemas que los hombres nunca tienen?

Arrugas, constipación, celulitis, estrías, canas, incontinencia urinaria, inodoros sucios, ropa de los nenes sucia, toneladas de vajilla para lavar y uf, qué fiaca (pero menos mal está el lavavajilla X, no será que nuestro compañero se humille participando en las tareas domésticas), azulejos tan asquerosos que menos mal que está Mr. M. -un hombre, ahí sí- para enseñarnos a ser limpias, porque nosotras somos realmente mugrientas y tontas de remate y necesitamos que un hombre nos diga cómo hacer (¿que lo haga él? noooooo), etc. etc.

Mientras tanto, los hombres en las publicidades, ¿qué hacen? ¿Qué drama les ocurre?

Bueno, un montón de cosas terribles: toman cerveza, se compran coches, hacen trabajos interesantes, pueden tener mujeres jóvenes y hermosas hasta pasados sus 80 años, compran celulares, viajan, puede que alguna vez les duela la cabeza de tanto trabajar, pero enseguida viene su esposa para atenderlos alcanzándoles una aspirina...

Los nenes que vean esos comerciales crecerán con la idea de que les espera una larga vida apasionante, viril, sana y poderosa.

Las nenas, con la idea de que les espera una larga vida problemática con mugre por doquier, dolores de todo tipo y color, incontinencia, canas, grasa, pañales que desbordan, inodoros a los que la caca se queda pegada (el día que se vea a un hombre de rodillas con las manos dentro de un inodoro en un comercial, habremos dado un gran paso adelante)...

Como me lo señaló muy justamente una lectora en un comentario de otra entrada, ¿cómo una niña puede tener ganas de convertirse en mujer viendo en las publicidades lo que le espera?

Después hablan de envidia del falo. ¡Y con razón! ¿Qué persona en su sano juicio puede desear eso que nos presentan en los comerciales, las revistas, la televisión?

Agradezco infinitamente a mi madre el haberme dado una educación feminista (¡¡y sin tele!!) en la que vislumbré que mi futuro no necesariamente tenía que pasar por ser la mucama de mi marido y de mis hijos, sino que podía pasar por comprarme coches (aunque mi madre también es ecologista, ¡con lo cual tampoco me alentó demasiado a tener un coche! :-)), viajar, tomar cerveza (bueno, ¡nunca me alentó a tomar alcohol tampoco!) y tener poder si así lo deseaba.

Resultado: sigo sin tener televisión, sin ser la mucama de mi compañero, sin tener coche y sin tomar cerveza, y tengo un trabajo que me apasiona, me la paso viajando, no gasto fortunas en tintura para el pelo ni en tratamientos contra la celulitis, y estoy muy feliz de ser una adulta feliz.

Así que padres y madres, ¡ALEJEN A SUS HIJXS DEL TELEVISOR! Y denles una educación igualitaria.



Como verán, esa mujer que siempre necesita la ayuda de un hombre, no tiene en casa a un compañero/marido/novio que participe en las tareas domésticas. Ni se plantea que pueda ser él el que la "ayude" (porque claro, el trabajo de limpiar le corresponde a ella, él a lo sumo la podría "ayudar"). Y ¿vieron el estado de la casa? Qué mugrientas estas mujeres... Menos mal que está Mr. Músculo. Ahora sí puede entrar su compañero/marido/novio a rascarse las pelotas y mirar tele tomando cerveza.
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miércoles, 6 de enero de 2010

Las mujeres son más feas que los hombres...

Llegué a esa conclusión después de repensar todo lo que las mujeres tienen que hacer para ser consideradas lindas.

Si realmente las mujeres fueran consideradas lindas naturalmente, no tendrían necesidad de depilarse el cuerpo entero, pintarse, arreglarse. Hacen todo eso para parecer lindas de acuerdo a los cánones impuestos, los cuales no son reales y no tienen nada que ver con la realidad del cuerpo de las mujeres. Esto significa que una mujer al natural, sin maquillaje, con sus pelos normales, sin tratamiento contra la celulitis, etc., es considerada fea por la sociedad, y que necesita producirse para ponerse linda.

Una mujer necesita artificios para corresponder a eso que la sociedad decidió que significaba "ser mujer", que no tiene nada, pero nada que ver con la naturaleza de las mujeres.

Nunca entendí ni entenderé a la gente, hombres y mujeres, que dicen que las mujeres son más lindas que los hombres, pero que nunca jamás piensan, para afirmar eso, en una mujer al natural (con pelos, celulitis, cara lavada, arrugas, canas). ¿No se dan cuenta de esa contradicción?

Me di cuenta de algo realmente asombroso hace pocos días: la mayoría de los hombres occidentales de mi generación nunca vio a una mujer natural. Mi propio compañero reconoció que nunca vio a una mujer con sus pelos originales en piernas, axilas y cavado. Simplemente, ¡no tiene idea de lo que es una mujer de verdad, de su cuerpo, su naturaleza! Lo que conoce de las mujeres es un artificio, una mentira, un engaño. Y como yo soy cómplice del sistema y me depilo, llegué a la conclusión de que en todo caso en lo físico, se enamoró de algo completamente falso. Mi compañero, y la inmensa mayoría de los hombres occidentales, jamás podrían decir: "Me encantan las mujeres" o "Las mujeres son hermosas" porque nunca en su vida vieron a una mujer de verdad. En todo caso, si fueran honestos, deberían decir: "Me encantan las mujeres depiladas, arregladas, disfrazadas".

He leído algo aún más trágico: muchos médicos jamás vieron tampoco a una mujer natural, y diagnostican hirsurtismo (crecimiento anormal y excesivo del vello) equivocadamente, cuando simplemente se trata de una mujer con una pilosidad normal  y que no se depila.

La industria pornográfica, además, no ayudó en nada: al presentar actrices con el pubis completamente depilado, como el de una niña, crearon una fantasía en muchos hombres, que reclaman a sus compañeras que se presenten ante ellos con el sexo liso como piel de bebé. Teniendo ellos, por supuesto, un vello púbico abundante al que no tocarían ni por todo el oro del mundo y aunque su compañera se atragante en cada felatio.

El día que los hombres se depilen de manera tan asidua, sistemática y obligada como las mujeres,  el día que su pelo también sea objeto de burla y de miradas reprobatorias, será otra historia. Igualmente, no veo el interés de nivelar hacia abajo. Ni hombres ni mujeres deberían sentir la obligación de ocultar la naturaleza de su cuerpo, ni deberían sentir vergüenza ante las manifestaciones naturales de su cuerpo, como las mujeres tienen vergüenza de sus pelos, pasando horas y torturándose de mil maneras para ocultarlos.

Pero parece que algo tan simple y tan evidente como eso es imposible de hacer entender. Por decir eso me tachan de lesbiana, de frustrada, de histérica, y de no sé qué otro epíteto, (siendo "lesbiana" el peor de ellos, por supuesto), y despertando un odio que alcanza niveles realmente alucinantes.
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lunes, 4 de enero de 2010

Maldito pelo largo

Para esta primera entrada del año, arranco con un tema que últimamente me ulcera: las exigencias que pesan sobre las mujeres para con su apariencia.

Esta vez, el tema es: el pelo largo.

Para ser consideradas seductoras, se supone que las mujeres debemos tener pelo largo. Y brillante. Y sedoso.

Y esto se suma a la laaaarga lista de exigencias que nos hacen perder un tiempo (y un dinero) increíble, exigencias que no tienen los varones, porque las exigencias que pesan sobre ellos siempre son más cómodas.

Presionada por mi entorno, decidí dejarme crecer el pelo. Antes, lo tenía muy corto. Pero una cantidad alucinante de personas (en Argentina, porque en Europa nada que ver) me dijo: "Ay, ¿por qué no te lo dejás crecer, vos que sos joven? Cuando estés vieja no lo vas a poder tener largo, porque no da en una mujer grande, ¿viste? Tenés todo el tiempo de tenerlo corto".

Ahí me enteré de que además de toooodo lo otro, también tenemos exigencias sobre el largo del pelo según la edad, porque el pelo es considerado un arma de seducción (por eso en las tres religiones monoteístas el pelo de la mujer -nunca del hombre, claro- es considerado pecaminoso y una provocación sexual).

O sea, cuando se nos pasa la fecha de vencimiento, nada de tener pelo largo y pretender seguir seduciendo, a cortarse el pelo se ha dicho, que una mujer vieja que pretende seguir siendo sensual es muy ridícula (mientras que los tipos siguen siendo considerados seductores pasados los 70). Mi pregunta es a qué edad se considera que una mujer está fuera de carrera y tiene que cortarse el pelo... ¿Los 40? ¿Los 50?

En fin.

Cedí a las presiones y me lo dejé largo. Y el otro día, fui a la peluquería, porque claro, de vez en cuando hay que darle un retoque para que no sea cualquier cosa. En mi peluquería habitual, todos los años me llaman para mi cumpleaños para ofrecerme un baño de crema gratis. Nunca lo usé, porque nunca le vi el interés. La última vez, decidí probar.

Fui pensando que después de lavártelo, te aplicaban una crema, y chau.

Nada que ver. Te aplican una crema, te ponen una toalla alrededor de la cabeza, te ubican debajo de una especie de casco del que sale vapor, ¡y te dejan como media hora ahí! ¡Como si tuviera media hora para perder leyendo revistas de chimentos con todo el trabajo que tengo (preciso que me apasiona mi trabajo, a ver si me acusan de ser víctima del capitalismo a ultranza)! Después de 10 minutos me pudrí, porque además me empezaba a doler la cabeza, y pedí que me sacaran esta mierda y me cortaran el pelo, que a eso había ido.

Después se lo comenté a mi compañero, que me dijo: "Sí, pero mirá qué lindo que tenés el pelo". Lo cual era cualquiera: mi pelo estaba bien porque salía de la peluquería y me lo habían peinado, cosa que, por lo general, hago de manera bastante expeditiva. No porque hubiera estado 10 minutos con la cabeza debajo de un casco de vapor.

Eso del baño de crema es un invento de los industriales de productos capilares para que les compren más cosas, nada más.

Y aunque funcionara, lo lamento por mi compañero, pero no estoy dispuesta a pasarme media hora en la peluquería sólo para tenerlo sedoso o no sé qué otra cosa más. Tengo miles de otras cosas mucho más apasionantes para hacer antes que estar perdiendo el tiempo en algo tan superficial.

Porque después, a esa melena seductora que tenemos que tener las mujeres jóvenes, la tenemos que lavar, enjuagar (cosa que me tomaba 2 minutos con pelo corto, y como 10 con pelo largo, con lo cual gasto más agua, más gas, y tengo un comportamiento menos ecológico), y peinar, claro.

¿Cuántas veces me dijeron, porque simplemente me lo dejo suelto o me lo ato en colita: "Podrías hacerte algún peinado un poco más sofisticado"?

Bueno, un día, para una fiesta, decidí hacerme un peinado más sofisticado. Un rodete hermosísimo, siguiendo las instrucciones en Internet. Además de ser mi primer peinado con asesoría cibernética, tardé 40 minutos en hacerlo. Está bien, falta de práctica, me dirán. Digamos que con mucha práctica (o sea, pasando mucho tiempo para adquirir esa práctica), lo podría hacer en la mitad del tiempo. ¡Veinte minutos peinándome! ¿Qué hombre tarda tanto para arreglarse el pelo? Eso sí, estaba divina y tuve mucho éxito, ésa era la idea, claro. ¡Pero a qué precio!

Una pérdida de tiempo abismal. Que se suma al tiempo perdido pintándose, depilándose, dándole forma a las uñas largas, eligiendo los accesorios, las joyas, etc., todas cosas que se supone que tiene que hacer una mujer para ser considerada una mujer y no un mamarracho.

Como siempre, las exigencias que pesan sobre las mujeres para con su cuerpo y su apariencia les hacen perder un tiempo que los hombres pasan trabajando o descansando o en cualquier otra actividad más divertida que estar horas delante de un espejo.

Algunos hombres son los primeros en decirnos: "Pero mirá qué lindo que tenés el pelo después del baño de crema" o "qué lindo que lo tenés así largo, no te lo cortes más", pero también los primeros en quejarse de que tardemos demasiado en la ducha o en el baño en general.

Como siempre, mandatos contradictorios y pérdida de tiempo son el destino cotidiano de las mujeres si quieren cumplir con lo que se espera de ellas.