Una noticia reciente me llamó la atención: el Estado de Nueva York decidió prohibir
por ley tatuar (salvo para su identificación) o poner piercings a las
mascotas, por considerar que estas prácticas son una forma de maltrato a
los animales.
En
efecto, contrariamente a una persona humana adulta, un animal doméstico
no tiene la capacidad de decidir sobre su cuerpo, de oponerse a un
trato doloroso, y cualquier imposición del dolor sin una causa realmente
justificada es un trato cruel.
Y estoy bastante de acuerdo con esto.
Pero entonces, pregunto, ¿qué tenemos que pensar de los piercings en las orejas de las niñas a una temprana edad, a veces con muy poquitos días de vida?
Esta práctica, en algunos países, está muy arraigada. En España, es común incluso que la niña salga del hospital en el que nació con sus orejitas ya perforadas.
"En cada vez más hospitales y clínicas ya te ofrecen el pack de bebé niña + agujereado de oficio, junto con las pruebas médicas, el aspirado de mocos y otro tipo de cuidados, de forma que casi ni te enteras de cuándo se los ponen. Y claro, una vez en casa, coger a la niña un día, llevarla a la farmacia, sujetarla tú mientras se revuelve y llora, exige un acto mucho más consciente. Y da más palo" cuenta el blog De mamas y de papas.
Como para los animales, imponer una práctica física, definitiva (los agujeros pueden volver a taparse, pero puede que queden secuelas de por vida) y dolorosa (por más que el dolor sea menor) sobre el cuerpo de una o un bebé que no tiene la capacidad de decidir si está o no de acuerdo es una forma de maltrato.
Son sus orejas, no las mías. Es su cuerpo, no el mío. No tengo por qué imponerle semejante decisión, por más mono que me parezca. Las bebés no son muñecas. Son seres humanos sujetos de derechos. El derecho a la integridad física es uno de los primeros.
La única persona que debería poder tomar decisiones que atañen al cuerpo (excepto razones médicas) es la persona misma, tenga la edad que tenga.
Por eso la perforación de orejas, como también la circuncisión de los niños, deberían ser consideradas mutilaciones y, por ende, prohibidas hasta que el niño o la niña estén en edad de decidir por si mismxs.
Pero además, la perforación de orejas de las niñas es una de las primeras maneras de marcar el género. No sea que confundamos una niña y un niño, dios nos libre y nos guarde.
Salvando las distancias, esta voluntad de marcar físicamente el género de una recién nacida se asemeja a la estrella de David impuesta a lxs judíxs en Europa bajo el nazismo: mujer naciste, mujer hay que reconocerte, mujer hay que marcarte ante la humanidad, porque como mujer hay que tratarte, con todo lo que esto significa.
Varios estudios muestran que la gente no se comporta de la misma manera con lxs niñxs e, incluso, con lxs bebés, según si se trata de un varón o de una mujer.
Uno de los experimentos* consistió en enseñar a dos grupos de adultxs el mismo video de un bebé llorando. Al primer grupo, se presentó ese bébé como un varón. Al segundo, como una mujer. A ambos, se les preguntó por qué lloraba. Las respuestas, para el mismo video, fueron distintas: lxs que creían estar frente a un niño contestaron que estaba enojado. Lxs que creían estar frente a una niña, que tenía miedo.
Al interpretar de manera distinta el llanto de un mismo bebé de acuerdo a su sexo, la respuesta de lxs adultxs será necesariamente distinta: no se actúa de la misma manera con alguien que está enojadx que con alguien que está asustadx. No se le habla de la misma manera, no se le trata de la misma manera.
Esto puede explicar por qué, desde una muy temprana edad, niños y niñas tienen actitudes, gustos (juegos, juguetes, centros de interés), comportamientos distintos, y por qué es absolutamente imposible saber, a ciencia cierta si esas diferencias son innatas o adquiridas. A partir del momento en que el o la bébé, y mismo el feto, recibe estímulos de personas adultas (se ha comprobado que tampoco se le "habla" de la misma manera, con el mismo tono y la misma voz, a un feto según si es varón o mujer, con lo cual la influencia social empieza antes mismo del nacimiento), esa sociabilización hace imposible la distinción entre genética e influencia del entorno.
Por ende, marcar desde muy temprana edad a las niñas con aritos en las orejas es una manera, junto con el color de la ropa, de alentar a la gente a tratar a esa niña "como una niña", a imponerle nuestra construcción mental y social sobre cómo deben actuar las niñas de acuerdo a cómo las vamos a tratar (por ejemplo, se le habla con mayor dulzura a una niña que a un niño, condicionando, por supuesto, a la niña, pero también al niño, que deberá construirse con otros tipos de estímulos).
Por eso algunas personas han querido ocultar a su entorno el sexo de su bebé, vistiéndole con ropa de color "neutro", dándole un nombre "neutro", para que el sexismo de la sociedad, basado en estereotipos de género, no influya en su comportamiento.
Capítulo aparte merecería la hipocresía de una sociedad que perfora las orejas de bebés de pocos días de vida, pero se atraganta de indignación cuando unx adolescente quiere perforarse la nariz, el ombligo u otras partes del cuerpo...
*Sex differences : a study of the eye of the beholder, John Condry and Sandra Condry, Child development, n° 3, sep. 1976