Salgo de mi casa, camino por la calle. Paso delante de una obra, estoy obligada a caminar entre tres o cuatro obreros. Todos, sin excepción, me hacen algún tipo de comentario. "Hola bomboncito..." , "Mamita qué buena que estás...", "Ay Dios mío..."
Sigo mi camino. Me cruzo con dos tipos que vienen enfrente. Uno de ellos habla con el otro: "Entonces le dije a mi jefe..." Se interrumpe un segundo, se da vuelta hacia mí, dice de manera automática: "Hola muñeca..." y como si nada, sigue contando: "... le dije que no podía ser, que ese laburo no lo podía hacer..."
Cuando termino el helado, recuerdo que no tengo que comer un helado en la vía pública si no quiero que me molesten.
Cuando termino mi recorrido callejero, recuerdo que no tengo que caminar por la vía pública si no quiero que me molesten.
Todo eso ha sido en invierno, tapada hasta los ojos. En verano, los comentarios se multiplican, claro, porque me pongo polleras y remeritas más cortas o ajustadas.
Lo sé: a muchas mujeres les encanta que les digan piropos. Porque no pueden vivir sin la mirada masculina, creen que eso las valoriza.
A mí me parece insoportable y totalmente sexista.
Cuando hablo de eso con hombres, me dicen que les encantaría que las mujeres les digan piropos en la calle. Claro, porque se imaginan que serían mujeres lindas, flacas, jóvenes y atractivas. Sin embargo, en la mayoría de los casos, los hombres que dicen cosas a las mujeres en la calle son los más feos, los más repugnantes, los que menos me llevaría a mi cama. ¿Cambiaría algo si fueran hombres lindos y atractivos? No. De hecho, las pocas veces que sucede, me molesta igual.
También está el hecho de que no se podría comparar a una mujer diciendo algo a un hombre con un hombre diciendo algo a una mujer: los hombres no les tienen miedo a las mujeres en la calle. No está esa amenaza constante de la violación. Nunca les dijeron: "Ojo, no hables a mujeres desconocidas, cuidate en las playas de estacionamiento vacías, procurá estar acompañado, no estés a solas con una mujer". Son cosas que a nosotras nos metieron en la cabeza y sí, cuando estamos en una calle oscura, solas, y nos cruzamos con un hombre, tenemos tendencia a querer cambiar de vereda y a pensar en el peligro de la violación. Un hombre solo en una calle oscura que se cruza con una mujer no va a pensar en cambiar de vereda por miedo.
A un hombre le parecería piola que una mujer le diga: "Papito, te la chuparía toda" porque sabe que esa mujer no lo puede violar.
Cuando un hombre me dice: "Mamita, te rompería toda", hay una amenaza virtual, porque es perfectamente factible que ese hombre me viole. Lo más probable es que no lo haga, pero la posibilidad existe. Y por más que ese hombre sepa perfectamente que nunca violaría a una mujer, tiene que saber que con su comentario aparentemente anecdótico alimenta ese ambiente de agresión y de miedo que sentimos constantemente en la calle.
Un día hablaba de eso con un amigo, que me dijo que no entendía qué me molestaba. Entonces le di la única comparación posible: "Imaginate que no puedas andar por la calle sin que los hombres homosexuales te miren el culo, te digan: 'cómo me gustaría que me la chupes' o 'qué bomboncito que sos'. ¿Cómo reaccionarías?"
Respuesta de mi amigo: "Les rompo la cara".
Ajá. ¿Y por qué a él le molestaría a punto de querer romperles la cara, y yo me tendría que sentir valorizada y feliz de que un hombre me quiera coger? ¿Será porque cree que una mujer necesita la mirada masculina para sentirse bien? ¿Tan indispensables se creen algunos hombres?
Una vez, un taxista me gritó algo. Le hice "fuck you" con el dedo, y me gritó: "¡Lesbiana!". Qué prueba magnífica de que algunos hombres creen ser el centro de la vida de las mujeres: si no nos gusta que nos digan cosas, es necesariamente porque somos lesbianas. Con su ego desmesurado, no se pueden imaginar que una mujer heterosexual no necesite la mirada de los hombres para sentirse plena.
Cuando le dije todo eso a mi amigo, lo pensó y me dijo: "Bueno, pero si estoy en un barrio gay, en su territorio, no tengo nada que decir, me lo banco y chau, hasta que salga del barrio".
Ajá. ¿Quiere decir que el espacio público es territorio masculino y que me la tengo que bancar hasta que salga de ese territorio, es decir, hasta que vuelva a mi casa? Porque no hay barrio donde eso no suceda. Puerto Madero, Chacarita, Recoleta, Villa Lugano, Belgrano o la Boca: no hay barrio donde los hombres no se sientan el derecho de molestar a las mujeres con comentarios sexistas.
Muchas veces, se vuelve aún más violenta la cosa: un hombre camina hacia mí y hace como que se viene directamente sobre mí. A último momento se desvía y al cruzarse conmigo me dice algo como: "Te rompería toda" o "qué buenas tetas". Claro que en el momento en que creo que el tipo se va a chocar conmigo, me entra mucho miedo, porque no sé si el tipo me quiere robar, o agredir, o simplemente pedirme la hora.
Sin hablar de los que, directamente, te tocan el culo o las tetas. Ya estamos hablando de otro grado de agresión, una agresión física. El nivel siguiente es la violación.
En todos los casos, esos hombres crean un ambiente sexual, de agresión, que hace que una mujer no pueda sentirse tranquila caminando por la calle. De hecho, una mujer caminando por la calle no es un ser humano: es una vagina con patas. Así es vista por muchísimos hombres, que se creen el derecho de poder agredirla verbal o físicamente.
Y no, no hago diferencia entre un piropo como "los de antes", y las agresiones como "chupame la pija". Porque la intención es exactamente la misma: marcar el territorio, poner a la mujer en un papel de objeto sexual. En un caso, esta agresión está disfrazada con lindas palabras o poesía. Pero el resultado es el mismo.
Me encantaría poder caminar por la calle y que me vean como un ser humano, y no como una vagina con patas. Me encantaría que llegue el verano y poder ponerme una remerita sin que me hagan comentarios sobre mis tetas (y eso que no las tengo muy grandes, no me imagino el infierno de las mujeres a las que la naturaleza dotó de pechos generosos). Me encantaría poder estar en la vía pública y no pensar que al fin y al cabo, estaría mucho más tranquila si llevara la burka afgana.
Por último, quiero subrayar la cobardía de los hombres que dicen piropos o cosas obscenas en la calle: en general, eligen decirlas una vez que la mujer pasó, cuando está de espaldas. Nunca lo dicen de frente. Y cuando una les encara y les pregunta: "¿Qué me dijiste?", en la mayoría de los casos, se hacen los boludos. Ni siquiera tienen la valentía de bancarse sus propias palabras.
PD: preciso que hablo de piropos u obscenidades proferidas en la calle, no de intentos genuinos de seducción. Es evidente que los hombres que dicen cosas a las mujeres en la calle no intentan seducirlas: sólo quieren marcar su territorio y remarcar que son machos de verdad.